miércoles, 25 de marzo de 2015

Un cáncer en las elecciones andaluzas




Carlos Arenas arranca sus Reflexiones encadenadas en relación al 22 M, analizando los comicios andaluces  (https://encampoabierto.wordpress.com/2015/03/24/reflexiones-encadenadas-en-relacion-al-22-m/) con los niveles de abstención:  el 36% de los votantes andaluces no ha votado –9 puntos más que en las elecciones autonómicas de 2008-- y casi el 3% por ciento lo ha hecho en blanco o nulo. Estamos, una vez más, ante el cáncer de la abstención.

Hace bien don Carlos, doctor en Historia, en recordarlo porque todavía es hora de que alguien solvente nos traiga a mano tan importante dato, especialmente quienes  esperaban una participación electoral fuera de serie. Lo cierto es que dicha participación ha subido un modestísimo 3 por ciento.

Yendo por lo derecho: también en estas elecciones, en un contexto de gran tensión política, de movilizaciones sociales y de notables expectativas, una gran cantidad de ciudadanos no han acudido a las urnas. Una enorme masa que les ha dicho «no nos representan» a todas las candidaturas. ¿Se puede hablar de nihilismo de masas? Pues claro que sí, y no sólo a las fuerzas tradicionales sino también a las emergentes.

Una primera conclusión provisional: el nivel de participación política todavía no es suficiente. Mejor dicho: es insuficiente para hacer cambiar las políticas de regeneración democrática y alternatividad a las derechas. Lo que, hablando en plata, quiere decir que el malestar social, expresado en las calles, de un lado, no es suficiente y, de otro lado, lo que se mueve en ese terreno no se traduce en alternatividad política clara.

Hay algo más: la unidad social en el ejercicio del conflicto está acompañada de la dispersión política de quienes ejercen el conflicto. No sólo en la dispersión política sino en el enfrentamiento político de quienes se atribuyen ser el cambio, bien en solitario o bien acompañando a los partidarios de ese cambio.  Ciertamente siempre fue muy complicado que la política –me refiero a las izquierdas-- fuera un agente eficaz de intermediación de las reivindicaciones sociales. Máxime si las formaciones de izquierda compiten entre sí de manera desaforada por el monopolio de la representación del conflicto. De modo que el estilo unitario de la movilización social choca abruptamente con el método de confrontación de la competición política. Con lo que lo que ocurre en realidad es que se consoliden las líneas paralelas entre el conflicto social y el político sin encontrar momentos de encuentro.

Así las cosas, mayoritariamente el voto del conflicto social se ha redistribuido, ha pasado de unos caladeros a otros, dejando intacta la enorme bolsa del nihilismo abstencionista. De manera que el «no nos representan» es más profundo de lo que ingenuamente algunos creían.


Quién sabe qué proyección tendrá este problema en el curso electoral de este año, pero lo más seguro es que si no se corrige inmediatamente  el tipo de relaciones entre los que se atribuyen –con o sin razón--  el protagonismo del cambio, los resultados no serán tan satisfactorios como piensan los que repican las campanas llamando a una fiesta que está por ver.  

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